Por Jorge Vega Bravo MD.

“El médico es el primero de los medicamentos” Balint.                                                                                Antes de empezar a estudiar medicina tuve la primera experiencia de enfermedad en la que estuve solo frente a un médico. Los recuerdos previos de la infancia van de la fiebre delirante a la atmósfera oscura de la casa de piezas en galería; de la guerra de almohadas a la sopa de la mamá que nos ponía paños fríos y nos amonestaba amorosamente. Las enfermedades eran colectivas y madurábamos con las paperas y la varicela; los remedios eran caseros y el médico era un fantasma que no veíamos. El médico familiar era el Dr. Alonso Puerta con quien tuve mi primera consulta independiente alrededor de los 19 años y quien dedicó gran parte del encuentro a escuchar mis sueños y mis preguntas y luego a hablarme de sus experiencias; al final se dedicó a mi dolor de estómago y lo conectó con mi momento vital. Lo de menos fue la receta; no recuerdo si la hubo, pero salí con la sensación de sentirme escuchado, de ser sujeto de mi dolor y no sólo objeto de la mirada médica.

V. von Weizsäcker (1886-1957) escribió que el rasgo más profundo y característico de la medicina actual es la introducción del sujeto en el pensamiento y el acto médico. Este proceso es precedido por la rebelión del sujeto: el cuerpo del enfermo se privatiza y deja de ser la res publica de la edad media. El enfermo exige, de modo más o menos consciente, ser considerado como persona, como sujeto de su padecimiento. Se siente un “sujeto dotado de inteligencia, intimidad y libertad”.

El gran médicohistoriador y filósofo español Pedro Laín Entralgo (19082001) señala un suceso histórico que evidencia la introducción del sujeto en medicina; se trata de la discrepancia entre el  médico parisino Jean M. Charcot (1825-1893) y su discípulo el neurólogo vienés S. Freud (1856-1939).  Para Charcot la histeria era una enfermedad corporal como la neumonía; para Freud era una enfermedad de origen psíquico. Charcot apela al “cuerpo desde ‘afuera’ (Ortega) o al ‘cuerpo-para-otro’ (Sartre). Freud recurre al ‘intracuerpo’ o al ‘cuerpo-para-mí’.

Charcot parte de lo visible, de lo objetivo; Freud avanza hacia lo audible, a lo subjetivo: “Cada caso es un caso”.

Cuando médico y enfermo se encuentran es necesario un real intercambio entre seres que se observan, que se reconocen. En el siglo XX este encuentro dejó de ser directo y pasó a ser mediado por estructuras que convirtieron el acto médico en un proceso técnico, frío y utilitario. La relación médico-enfermo está intermediada por los aparatos y los exámenes de laboratorio. Los pacientes reclaman ser mirados y escuchados. De hecho, el primer paso en el proceso de curación está en el saludo: saludar es dar salud. Y aunque la preparación científica y profesional es esencial para realizar un acto médico, sin la formación humanista y el respeto por el yo del enfermo, ese acto será incompleto y aún fallido. Después de muchos años de ejercer la profesión me convenzo cada día de la importancia de lo que sucede en el encuentro, de lo que está ‘entre medio’.

Los métodos terapéuticos que usamos pueden ser secundarios si logramos establecer una comunicación adecuada con el enfermo y le ayudamos a reconocer el origen de su enfermedad. En la medicina científica se hace énfasis en el diagnóstico y no en el sentido del padecimiento; se ignoran el proceso biográfico y el aspecto individual de la dolencia. Se tratan entidades nosológicas, no seres humanos enfermos.

Los médicos griegos, con Hipócrates a la cabeza, señalaban que el fundamento de la relación entre médico y enfermo era la phylía. “Antes que ayuda técnica, antes que actividad diagnóstica y terapéutica, esta relación debe ser de amistad”.

En esta phylía recuerdo con gozo a Mario Londoño Ángel a quien atendí durante varios años por una seria dolencia. Cuando estuvo mejor me dijo: “yo voy a seguir visitándolo ya que para mí lo más importante es la medicina de la amistad”.  Las conversaciones con Mario eran sanadoras para él y para mí.